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El mundo de la gestión de proyectos es intrínsecamente riesgoso. Cada decisión, acción o incluso inacción puede conducir a resultados no deseados. Aquí es donde entra en juego el concepto de “actitud de riesgo”. Fundamentalmente, la actitud de riesgo se refiere a cómo los interesados del negocio perciben, evalúan y actúan frente al riesgo. Esto no es simplemente una métrica numérica o una medición estática, sino una postura mental y operacional.

Los interesados del negocio, desde los inversores hasta los ejecutivos y miembros del equipo, tienen sus propias perspectivas y tolerancias hacia el riesgo. Algunos pueden ser audaces, dispuestos a asumir riesgos elevados si hay una oportunidad de alta recompensa al final. Otros pueden ser más cautelosos, buscando siempre mitigar, eludir o transferir riesgos siempre que sea posible. Es esta variabilidad lo que hace que la actitud de riesgo sea un elemento dinámico y crucial en cualquier proyecto.

Tener en cuenta la actitud de riesgo de los interesados es esencial para la toma de decisiones. Un proyecto que puede parecer atractivo en papel puede no serlo en la práctica si la actitud de riesgo de los principales interesados no está alineada con el nivel de riesgo del proyecto. Es un balance entre el apetito y la aversión al riesgo.

Más allá de simplemente entender la actitud de riesgo, es fundamental integrarla en la planificación y ejecución del proyecto. Esto significa que las decisiones, desde la asignación de recursos hasta las tácticas de gestión, deben reflejar y respetar estas actitudes. No hacerlo puede conducir a conflictos, malentendidos y, en última instancia, al fracaso del proyecto.

La actitud de riesgo no es estática. Puede cambiar con el tiempo a medida que los interesados adquieren más información, el entorno del negocio evoluciona o surgen nuevas amenazas y oportunidades. Por lo tanto, es esencial revisar y reevaluar regularmente estas actitudes a lo largo de la vida del proyecto.

La actitud de riesgo es determinada por los interesados del negocio, desde ejecutivos hasta miembros del equipo de proyecto. Se identifica y evalúa mediante discusiones, encuestas y reuniones, para comprender cuánto riesgo consideran aceptable. Este proceso se lleva a cabo generalmente en las primeras fases de un proyecto, durante la planificación y antes de tomar decisiones clave. La herramienta más comúnmente utilizada para este propósito es la matriz de riesgos, que permite visualizar y clasificar los riesgos según su probabilidad e impacto.

Algunos ejemplos son los siguientes:

  1. Un equipo de desarrollo que decide adoptar una nueva tecnología, consciente de que podría presentar desafíos desconocidos, demostrando una actitud de riesgo audaz.
  2. Un inversor que opta por no financiar un proyecto innovador debido a la incertidumbre del mercado, mostrando una actitud de riesgo conservadora.
  3. Una empresa que invierte en la formación de su personal en una nueva habilidad, a pesar de que no está garantizado un retorno inmediato, evidenciando una actitud de riesgo equilibrada.
  4. Un gerente que decide no expandirse a un nuevo mercado, debido a la inestabilidad política de la región, reflejando una actitud de riesgo aversiva.
  5. Una startup que lanza un producto al mercado sin una fase de pruebas extensiva, tomando el riesgo de recibir feedback en vivo, demostrando una actitud de riesgo agresiva.

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